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¡ SE ARMÓ LA GORDA!

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Escrito por (Magdalena Piñeyro. Feminismos. Miradas desde la diversidad. Ediciones Oberon. Madrid. 2020)
Creado: 03 Agosto 2022
Visto: 81
Etiquetas:
  • Feminismo
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Mi comienzo en el activismo gordo se remonta a una noche de guardia en el 15M en Tenerife. Estaba con un compañero de luchas, Carlos, con quien me encargué de vigilar si venía la policía a desalojar mientras la gente del campamento dormía. Las largas vigilias del 15M daban para profundos debates y conversaciones y, en esa noche, él y yo, gordo y gorda, nos pusimos a hablar sobre nuestros cuerpos. La vergüenza, los miedos, el estigma y la invisibilización cotidianas, incluso dentro de los colectivos políticos y sociales en los que militábamos. “¿Por qué será que todo está politizado menos la gordura?” fue la pregunta decisiva. En una época en la que los feminismos hacen política desde, por y para los cuerpos, los nuestros, los gordos, no eran- ni son aún en muchos espacios. Ni siquiera nombrados. Esa noche nos comprometimos a reflexionar juntas sobre el tema, a buscar información, a preguntar a otra gente gorda si le pasaba lo mismo que a nosotras. De esta semilla nació Stop Gordofobia, el colectivo con el que me zambullí en el activismo gordo, hecho que me cambió la vida para siempre, pues hizo entender que todo lo negativo que he sentido y siento sobre mi cuerpo no nació de la nada en mí, sino que es fruto de una sociedad que me discrimina por ser como soy. El enemigo está afuera y no dentro de mí. Y se llama gordofobia.

1.Gordofobia.

Llamamos gordofobia a la discriminación que sufrimos las personas gordas por el hecho de serlo. Esta discriminación se asienta sobre toda una serie de prejuicios y mitos en torno a los cuerpos gordos, tales como que las personas gordas son vagas, perezosas, insalubres, indisciplinadas, descontroladas, etc. Podemos afirmar que la gordofobia es una opresión porque las personas consideradas gordas sufrimos discriminación gordófoba 24 horas al día, 7 días a la semana, en todos los espacios de nuestra vida. Decimos también que es estructural porque forma parte de la sociedad, que la repite y refuerza sin cesar. Y es que nuestro cuerpo nos influye en todas las actividades que realizamos, en todos los lugares que frecuentamos, en todas las relaciones interpersonales que experimentamos. Ningún espacio está libre de gordofobia y ninguna persona gorda dirá que no ha sentido discriminación nunca. A todas nos ha pasado al menos una de estas cosas: ir al médico por una gripe o por depresión y terminar con una dieta en la mano o cita con la nutricionista; que un completo desconocido le insulte desde un coche mientras caminaba por la calle; que no haya encontrado ropa de su talla y que incluso una dependienta poco amable le haya dicho bruscamente “aquí no hay ropa para ti”; sufrir acoso escolar en el cole o en el instituto; que algún amigo hiciera un chiste sobre gordas delante suyo; que alguna persona que le gustaba le rechazara por ser gorda; que alguna pareja le dijera “eres linda, pero con unos kilitos de menos estarías más hermosa todavía”; lo importante es lo que está en el interior, yo te quero como eres, no por tu cuerpo” o “creo que deberías hacer dieta, bajar de peso, a mí me encantas tal cual eres, pero te lo digo por tu salud”; que no le aceptaran en algún puesto de trabajo por ser gorda; que se burlaran por verla practicando deporte; que dudaran de su capacidad para realizar cualquier actividad física o mental; que dudaran de que pueda ser vegetariana o vegana; sentirse invisibilizada en los espacios públicos y/o en grupos de amigas; sentirse invisibilizada y/o humillada en los productos culturales y su versión lastimera de la gente gorda en las escasas excepciones en que aparecemos en cine o televisión; torturar su cuerpo para intentar ser como la sociedad espera que sea, incluso atentando contra su salud.

2.Las raíces de la gordofobia.

Hasta ahora no se sabe con exactitud cuándo nace la gordofobia, si bien, acorde con el análisis sobre la exclusión de la gordura en occidente que hace el historiador Georges Vigarello en su obra La Metamorfosis de la grasa. Historia de la obesidad, podemos decir que ya existía discriminación de las personas gordas en la Edad Media, y que fue adquiriendo cierta sistematización y carácter estructural con el nacimiento de la Medicina y la Psicología en los siglos XVIII y XIX. Esta etapa fue decisiva para la señalización negativa de la gordura, ya que fue entonces cuando comenzaron a ser utilizados presupuestos científicos para justificar la discriminación de la gente gorda, tal y como ocurre hoy en día.

Desde que comencé en el activismo gordo tuve claro que esta discriminación tenía un componente de salud y otro estético, los cuales mantenían que la gordura era insalubre y asquerosa. Sin embargo, me faltaba un tercer componente que fui descubriendo con el tiempo. No todo era una cuestión estética y de salud. El componente estético de la gordofobia me decía que mi cuerpo no era bello, que debía ser ocultado, escondido, tapado, disimulado, que daba asco. El componente de salud suponía considerar mi cuerpo como algo enfermo, que debe ser “curado” (cambiado), una anomalía, una desviación. Todavía recuerdo la primera vez que una nutricionista me dijo “Magdalena, debes asumir que estás enferma, y debes hacer dieta para curarte”. El susto que me llevé es indescriptible. Tenía unos 17 años y la palabra “enfermedad” retumbó en mi cabeza como un wong durante largo rato. Aprender la diferencia entre enfermedad, es- como mucho y dependiendo de otras circunstancias- un factor de riesgo para la salud. Una enfermedad sucede cuando una parte de tu organismo no funciona bien por una causa interior o exterior; un factor de riesgo es “cualquier rasgo, característica o exposición de un individuo que aumente la probabilidad de sufrir una enfermedad o lesión”      (según la OMS). Conocer esta diferencia fue importante, no sólo porque entendí que hay muchos factores de riesgo en nuestras vidas (algunos genéticos, como la predisposición hereditaria al cáncer, otros adquiridos, como fumar o beber alcohol, otros de contexto, como vivir en una ciudad con aire altamente contaminado, y factores de riesgo que una asume gustosamente, como hacer deportes de riesgo, paracaidismo […]), sino también porque me ayudó a entender que los factores de riesgo están jerarquizados en nuestra sociedad, es decir, algunos están más aceptados que otros, o se consideran correctos, mientras que otros son señalados como incorrectos y terribles, llevándome esto a su vez a descubrir el tercer componente de la gordofobia: la moral.

3.Pero, ¿qué es la moral?

La moral de una sociedad decide lo que está bien y lo que está mal, diferencia entre sus miembros el comportamiento correcto del incorrecto. Por ejemplo, está bien ayudar al prójimo, está mal matar. Está bien la solidaridad, está mal ser egoísta. Está bien amar, está mal odiar. Y en estas escalas del bien y del mal, nuestra sociedad ha decidido que la gordura está mal, pero beber alcohol o tirarse en paracaídas es maravilloso, aunque todas las situaciones supongan factores de riesgo para la vida. Nadie cuestionaría a unos abuelos de 80 años que quieren seguir manteniendo relaciones sexuales a pesar de los riesgos que implican las prácticas sexuales a edades avanzadas, pero todo el mundo cuestiona que yo haya tomado la decisión de cesar las nefastas prácticas médicas adelgazantes contra mi cuerpo que tanto daño me han hecho. Esto no es una cuestión científica, como suelen excusarse para discriminarnos. Esto es, a todas luces, pura moral. A la sociedad no le importa mi salud, pues mi salud es mucho más que mi peso, mi salud también es mi salud mental, la que está afectada por una sociedad gordófoba que se niega a reconocerse como tal. Mi salud no importa, lo que la sociedad gordófoba espera de mí no es que sea sana, sino que esté delgada, que haga dieta, que sea autocontrolada con la comida, disciplinada y no desmesurada como todo el mundo cree que soy. Es más, muchas veces, cuando he dicho que soy vegana ha obtenido las siguientes respuestas: “Y ya que ere disciplinada para eso, ¿por qué no lo haces también para adelgazar?”, o “no puedes ser gorda y vegana, es imposible, seguro que comes hamburguesas a escondidas”. Esto sucede porque, por un lado, se entiende que el veganismo es una dieta adelgazante y, por otro que una gorda tenga tal disciplina. Pues ¡oigan!: la tengo. Y he sido disciplinada para más cosas en mi vida: he terminado una carrera y un máster, he aprendido a tocar la guitarra, he aprendido inglés, he escrito dos libros… ¿acaso cree la sociedad que para eso no se necesita disciplina? No es eso. La cuestión es que la sociedad gordófoba está incómoda con mi existencia, con las existencias gordas en general, y lo único que esperan de nosotras es que obedezcamos la norma de la delgadez, que encajemos en el canon corporal impuesto, que seamos autocontroladas y disciplinadas para bajar de peso, entendiendo tal bajada de peso como un acto de salubridad. El resto de nosotras da absolutamente igual. Y cuando no somos obedientes y disciplinadas como ella quiere, y en lo que ella quiere, nos castiga de diferentes formas para intentar “encarrilarnos”. No podemos olvidar que la discriminación, odio y humillación de quien es considerada diferente, desviada o enferma en nuestra sociedad no es sino una forma de intentar “normalizarle”, es decir, de devolverle al camino de la “normalidad”. Y la “normalidad” es moral, no ciencia.

(Magdalena Piñeyro. Feminismos. Miradas desde la diversidad. Ediciones Oberon. Madrid. 2020)

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